Han pasado casi 500 años desde que el héroe de los mexicanos y último Huey Tlatoani era ejecutado bajo órdenes del conquistador español, Hernán Cortés.
Cuāuhtémōc, nombre que en la lengua náhuatl significa “Águila que descendió”, nace alrededor del año 1496. Su padre fue el soberano azteca Ahuízotl (predecesor de Moctezuma II), quién lo deja huérfano siendo todavía muy pequeño.
Dada su condición, el joven príncipe recibe la correspondiente educación aristocrática en el Calmécac, institución de élite a la que asistían los hijos de los nobles mexicas, recibiendo instrucción cultural, religiosa y militar. Pronto habría de destacar por su vigor y sus habilidades, llegando a liderar los ejércitos de su primo, y por entonces gobernador mexica, Moctezuma Xocoyotzin (o Moctezuma II), en diversas campañas. Así mismo lograría hacerse cargo del mando militar de Tlatelolco, ciudad gemela de Tenochtitlan, hecho que más tarde lo convertiría en uno de los principales protagonistas de la historia de la conquista de México.
El cronista Bernal Díaz del Castillo, acompañante de Cortés en su exploración por el Nuevo Continente, lo describe en su obra (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España) como: “de muy gentil disposición, así de cuerpo como de facciones, y la cara algo larga y alegre, y los ojos, más parecía que cuando miraban que era con gravedad que halagüeños y no había falta en ellos… y el color tiraba más a blanco que al color y matiz de esos otros indios morenos.”
La llegada de los extraños forasteros despertó curiosidad y tensión entre los aztecas. Tras la masacre de Tóxcatl, también conocida como la Matanza del Templo Mayor (episodio sangriento que se adjudica al lugarteniente de Cortés, Pedro de Alvarado), y posterior captura de Moctezuma, quién sometido, desde una azotea intentaba calmar los ánimos de su gente, estalla la cólera y la decepción de los mexicas. Una de las versiones más difundidas por los historiadores, asegura que fueron los mismos aztecas quienes exasperados por la sumisión de su emperador y en el paroxismo de la ira, acaban por ejecutarlo.
Su hermano y sucesor, Cuitláhuac, junto a su primo, el joven guerrero Cuauhtémoc, encabezan una revuelta popular para expulsar a los españoles, durante la que se conoce como Noche Triste. Pese a su éxito, Hernán Cortés no tardaría en reagrupar sus tropas; y recurriendo a su astucia sumó fuerzas con otros pueblos sometidos a los Aztecas, como los Tlaxcaltecas. Para ese entonces, el ya mencionado emperador Cuitláhuac fallece luego de tres meses de gobierno, víctima de la viruela.
Tras el breve período de gobierno de su primo, Cuauhtémoc es elegido como emperador por los nobles aztecas. El nuevo Tlatoani de apenas 25 años, contaba con la fuerza necesaria, el carisma, y un carácter decidido; características que, junto a su notable experiencia militar, le valieron su liderazgo.
Pero preparar la defensa de Tenochtitlan de la contraofensiva de Cortés no sería tarea sencilla, reorganizó a su ejército y fortificó la ciudad como pudo, además de que desplegó un importante operativo diplomático para buscar aliados apelando a la unidad aborigen, pero los resultados no fueron los esperados, y cuando los españoles pusieron sitio a la ciudad, la situación y el hambre empeoró. Pese a todo, el Tlatoani rechazó cualquier oferta de rendición.
Ya el 13 de Agosto de 1521, luego de 90 días de sitio, los españoles logran vencer la resistencia mexica y tiene lugar el asalto definitivo. La ciudad es arrasada y sus templos destruidos. Los aztecas intentan huir, pero es inútil, ése mismo día interceptan la canoa que llevaba a Cuauhtémoc y a su familia, y lo toman prisionero.
Llevado ante la presencia de Hernán Cortés, el Huey Tlatoani le pide a éste que le quite la vida, tal como lo relata el propio Cortés en su tercera carta de relación:
“…llegóse a mi y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir a aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase…”
Sin embargo, el conquistador español tenía otros planes: necesitaba a Cuauhtémoc para asegurar la colaboración de los mexicas en los trabajos de reconstrucción de la ciudad y para que éste le revelara la ubicación del oro.
La codicia puede sacar a luz lo peor de la naturaleza humana, y así lo hizo cuando algunos de los hombres de Cortés, insatisfechos con el botín obtenido hasta entonces, comenzaron a especular con riquezas todavía ocultas. Esto llevó a interminables interrogatorios, donde, ante la negativa a confesar, sometieron al líder azteca a las peores y más crueles torturas.
Algunas fuentes atribuyen a Cuauhtémoc gran estoicismo frente al tormento que debió soportar durante este episodio. Las crónicas escritas por López de Gómara refieren al hecho en que el “señor” que acompañaba al Tlatoani en la tortura, le pide a éste permiso para confesar y acabar así con el suplicio, a lo que Cuauhtémoc responde con una mirada cargada de ira en sus ojos: “si estaba él en algún deleite o baño”. Se ha popularizado la variante de esta frase en una novela histórica escrita por Eligio Ancona en 1870: “¿Estoy yo acaso en un lecho de rosas?”
En el año 1524, Cortés emprende una expedición a Honduras con la intención de reprimir la rebelión de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid. Lleva consigo a Cuauhtémoc -quien aún permanece cautivo- junto a algunos otros nobles aztecas, a fin de evitar cualquier posible levantamiento del pueblo mexica.
Pasado un año, y todavía en viaje, llegan rumores a oídos de Cortés en los que se acusa al Huey Tlatoani de conspirar contra su vida. Es entonces cuando toma la controversial decisión -por la cual, hasta aún hoy se cuestionan los motivos- de ejecutarlo. El 28 de Febrero de 1525, Hernán Cortés ordena que ahorquen a Cuauhtémoc y a su primo, el señor de Tacuba, ante la reprobación y las críticas de sus propios hombres, según lo relata Bernal Díaz del Castillo:
“Y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal a todos los que íbamos aquella jornada”.
Hasta la fecha, se desconoce el sitio exacto de su muerte y sus restos nunca fueron hallados.
En 1949, la arqueóloga Eulalia Guzmán a cargo de la investigación en Ixcateopan descubrió restos humanos que atribuyó a Cuauhtémoc, aunque esto fue más tarde desmentido por una comisión multidisciplinaria que analizó nuevamente las pruebas, determinando que éstas habían sido manipuladas.
Hoy se cumplen 492 años desde la partida del joven guerrero, cuyo valor lo ha convertido en uno de los grandes héroes y símbolo de México. Cada 28 de Febrero, la bandera debe izarse a media asta en memoria del último emperador azteca.
source http://segundoenfoque.com/el-ocaso-del-ultimo-emperador-azteca-05-330283/
No comments:
Post a Comment